Diabula me hechizó



























Debemos agradecer por su valentía a los primeros portugueses por sus viajes de descubrimiento en el siglo quince. Sin miedo de lo desconocido, los mitos y monstruos marinos, ni el riesgo de caer por el borde del “mundo plano”, anduvieron de acá para allá por estos mares inexplorados. En los siglos siguientes,  establecieron definitivamente en la Bahía de Bengala un puerto en Chittagong y en la cercana isla de Sandwip. Pero, ¿se habrán perdido alguna vez? De vez en cuando tal vez sí. Y seguramente al perder el rumbo, culparon a algún demonio de haberles engañado.

Kashem Bhai, de la villa Rahania en la isla de Hatiya, no es portugués, pero sinceramente tiene mucho en común con Henry el navegante o con Vasco de Gama. Como cualquiera de los exploradores portugueses, él contempla sus acciones y las los demás, tomando con no mucho placer los riesgos de su trabajo.

Sobre el cielo estrellado de Hatiya, cada pocos minutos se dejan ver las luces inconfundibles de aviones transcontinentales, algunos pequeños y otros enormes; que seguramente van por el corredor aéreo de Dubai a Hong Kong. Mientras observa los aviones, Kashem Bhai exclama sorprendido ¡Cuánto riesgo corren! ¿Realmente la gente necesita volar? ¿Por qué toman tantos riegos? Mientras ensaya el sonido de un avión al caer y estrellarse ¡durrrrummm! Es de notar que él es de la vieja escuela de mi abuela al respecto, de quienes piensan que si el hombre necesitara volar, hubiera nacido con alas. No obstante, este no es el único comportamiento riesgoso que ha notado en los hombres.

También está el tema de los ventiladores de techo. Kashem Bhai se pregunta cómo es posible que la gente pueda dormir con ellos encima -¿Cómo pueden confiar sus vidas a un simple tornillo? ¿Qué sucedería si durante la noche se cae? ¡Cuánto riesgo! Dice pensativo ¿es realmente necesario? Viviendo en Rahania, él tiene la suerte de no tener la amenaza de un ventilador frecuentemente. En cualquiera de las islas, la electricidad no es cosa frecuente y en Hatiya, parece haberse extraviado definitivamente por el camino a la aldea de Kashem.


Llegué una noche sorpresivamente, a tiempo para escuchar como la cautela de Kashem le falló en una ocasión, fue en un día como cualquier otro. Como muchos de los lugareños, él dedicaba su tiempo a sus quehaceres y deberes hogareños y del comercio. Pero ese día en específico, Kashem Bhai pensó que necesitaba tomar un descanso y, como vivía en la costa de Hatiya, no fue difícil encontrarse con algunos amigos y pasarse varias horas sentados conversando en la playa. Normalmente, se siente el golpe de brisa que viene de la Bahía de Bengala y estaban en un lugar donde -pensó él- no lo alcanzarían los deberes cotidianos.

Sintiéndose liberado de los problemas comunes, sin tener que pensar en los arrozales y sus trillos tortuosos, ni franquear los pasos llenos de lodo de los canales del jardín; únicamente estimulado por el ondear -a ratos- de los manglares de más allá. Normalmente, andaría por el camino de arena seca o por el hierbazal cercano, los pescadores locales avisarían del mejor lugar para sentarse a descansar en la bahía, de acuerdo a los últimos movimientos de las corrientes marinas.

Y es cosa sabida que el conversar en la orilla, no está restringido por las mareas o la luz del día, no obstante, los más conservadores regresan siempre al atardecer de la playa. La mejor manera de regresar depende, eso sí, de las mareas, para no complicarse con la oscuridad; aunque lo peor de regresar fuera de hora es el posible encuentro con las cobras y no hay muchos caminos libres de ellas a esas horas entre los canales y los arrozales. Pero, mientras caía la tarde, surgían otros asuntos de índole más aristocráticos, la desventaja de ser un miembro honorable de la comunidad le impedía también regresar tarde.

Desafortunadamente para él, el día escogido por Kashem para irse a la playa, estaba prevista una importante shalish, una meditación pública. Incluso desde la playa, podía ver desde la distancia a los observadores y participantes, listos para el evento. Kashem Bhai pensó en su reputación ¿Qué pensaría la gente si lo ve regresar tarde de la playa rodeado de amigos? Esta situación podría dañar su imagen, así que decidieron esperar.


Desgraciadamente, la meditación concluyó en una disputa sobre la tierra, que generó un inesperado interés popular. Hubo mucho que decir y artificios técnicos que considerar y es cosa sabida que las meditaciones, tampoco están restringidas por las mareas o la luz del día. Así que el camino al bazar se fue ensombreciendo hasta quedar oscuro y el agua comenzó a subir, mientras el shalish parecía no tener fin.

Así que el grupo no esperaría más y pensaron escabullirse discretamente cada uno a su casa, en cualquier momento tendrían que hacerlo. Uno a uno fueron saliendo del manglar, saltando sobre los canales fangosos y sorteando el sendero por entre el jardín.

La multitud resultó ser una bendición, enmascarando a cada amigo al entrar al mercado desde la playa, sin ser molestados ni hacerlos notar; ya era de noche para aquel entonces. No obstante, nada más al poner un pie en su bazar, Kashem fue interpelado con brusquedad ¿Dónde estabas honorable Kashem? Era un miembro Abdullah quien le preguntaba.

Kashem Bhai no supo que responder, pero la fortuna vino en su rescate, al recordar un pintoresco personaje del folklore local, el legendario Diabula.

Kashem comentó con lujo de detalles, como estaba caminando desde su casa al bazar –de la manera que normalmente hacía- cuando por alguna razón se encontró caminando y caminando sin fin y al parecer sin cubrir el corto camino. Encontrando su situación extraña, Kashem Bhai pensó que aquello parecía ser obra de Diabula.

En Hatiya, Diabula es un espíritu invisible, pero no uno cualquiera. Diabula tenía la facilidad para distraer a la gente, cambiándoles la dirección y dejándolos la deriva, descarriados; y el mayor riesgo de ser atacados por él, lo corrían la gente que caminaran solos en la noche.

Kashem Bhai le comentó al Abdullah que se detuvo -sospechando de la broma de Diabula- se paró de cabeza; siendo esta acción la mejor escapatoria para librarse del demonio. Y luego de hacerlo durante una media hora -continúo Kashem- se encontraba inexplicablemente en la playa.

Sin poder refutar su historia, el Abdullah no tuvo más preguntas capciosas que hacer.

Resulta extraño pensar que las supersticiones de los portugueses -hace cientos de años atrás- durante sus viajes, ayudarían a Kashem esa noche a entrar a su bazar. Solo es una teoría, pero no es descabellado pensar que el origen del Diabula local, fuera derivado del portugues diabo, palabra que describe al diablo.

Hatiya no existía cuando los portugueses llegaron a la bahía de Bengala, la isla es mucho más joven, pero los ancestros de muchos Hatiyanas vivieron en Sandwip -una isla mucho más longeva- lejos hacia el este. Al mencionarle Diabula a un amigo Sandwipe, supo inmediatamente quien era el diablillo y cuál era la manera de despojarse de su ataque. Mientras que ninguno de los demás habitantes de las islas que forman Bangladesh, saben de la existencia de Diabula, ni han escuchado jamás hablar de él.


Traducción por Alin Hidalgo Fonseca.


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